“A veces no sé quien soy, la lanza de mi silbido va alborotando recuerdos, desenredando caminos, mientras mi risa cae en el abismo. / Me voy quedando huraño, embalsamando destinos. / No me arrepiento de nada, el bien y el mal son olvidos.”
Gustavo Leguizamón.
Ese poco de mar, de carretera,
ese poco de sur que yo tengo,
esta bóveda de silencio,
este cacho de vértigo
al asomarme a la vida
como a un abismo,
ese temblor en las piernas…
[un paso atrás,
rueda una piedrita
en la montaña en viceversa]
siempre al borde
al lado de una roca
ese precipicio en la mirada,
-hondo, vertical-
todo este tiempo anuncia su velocidad;
y se aloja un quebranto infinito;
ese aforismo:
“se tiene una vida sola”
y yo;
con el corazón en los pies,
sin la paciencia como aliada,
sin el tiempo encadenado
a mi derecha,
con el alma pecho a tierra
de miedo y de prisa,
con la fortuna al revés
cuando todo parece perdido
de antemano…
me ha resucitado en los ojos
la belleza,
me ha crecido enorme la muerte;
obstinada
zigzagueante,
a mí que jamás
tuve cuchillos en la boca,
a mí que nunca he vivido
si no es profundamente,
a mí que no he amado
si no es con toda la vida,
a mí que he engendrado
inmensa cada despedida,
a mí que me he empeñado
en finales parecidos,
en mundos al revés,
a mí que me he tildado
de culpable de una lluvia
-ayudante de diluvio-
que se enciende y se eterniza,
a mí que entre los sueños
me acuesto
-hecha de nube y de madera-
sutil
dulce
dura
taciturna…
y en ese mucho cielo
la vida abruma,
y en ese mucho sol
el hastío de la rutina,
y en ese demasiado
tanto milagro instantáneo:
el misterio de
tu huella dactilar
en estas manos
cuya intención
no es más que
convidarme libertad
antes de que las palabras
me atrapen
en esto que suelo ser,
antes de no ver
la brújula apuntando
el norte mío
en los ojos de alguno,
componiendo mi rumbo:
geografía impracticable
de un mapa perdido ya.
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