No hay que empeñarse en que
se cumpla la palabra del poema,
este adelantarse a las horas,
este recorrer el pensamiento
amenazando con un bolígrafo
no debe ser inevitable
no hay que empeñarse en
renovar el amor,
en reciclar antiguas magias;
las aves no retrasan su vuelo
para dejarnos dormir, es más,
después de amanecer
nos despiertan con su canto
no hay que empeñarse en
el tiempo, en las noches
donde lo gris del mundo
reposa sobre nosotros;
la tristeza tiene el defecto
de ser finita
yo no me empeño,
las ramas de mi alegría arden
y mientras tanto soy feliz,
tan asquerosamente como
quien lo cuenta
y tan humildemente como
la belleza del pan de los pobres,
o el hilo y el abrazo que unen
cordilleras y tantas cosas
como el fuego, las preguntas y la tarde
basta ver el reloj o el número de
una página para darse cuenta
de la vida que nace en
el beso que nos ama;
la sensación de la sangre
que anda apresurada
en nuestro lado izquierdo.