“Soy el típico cobarde que no sabe disfrutar de los momentos”
Pablo López.
I
Mis recuerdos siempre llegan aquí:
la calle que anda en mis pasos
me cruza a veces,
me dobla en una esquina
me pone blanda la memoria…
yo recuerdo en un León
antiguo
en mi León que siento terso
aterciopelado
y contundente
ruidoso
quieto
silencioso
como esos días de penetrante frío
en los inviernos de abrigo, bufandas y oficina
caminando calles llenas de tango,
de gauchos
y restaurantes argentinos
y en la mente: “balada para un loco”
que pausa rotunda -con ese carácter
tajante de bandoneón en acorde final-
en la parada de un bus
que nunca llegaba tarde
y qué rabia; ninguna mañana diferente…
o esos días de antes,
después y durante Semana Santa;
días singularmente tibios
con ese viento hondo,
calmoso, fabricante
de la paz más extraña
e inspiradora que se mete
en los cuadernos caminando
despacio y sonriendo,
con luto de mesías
y calma chicha de los creyentes
y uno…
uno indeciso viviendo esos puentes
con la confianza de las
tardes de joropo, gaita zuliana y pabellón,
de moros con cristianos, son y daiquirí,
casa fresca y música alegre
el aire en temperatura perfecta,
el calor, la hamaca, el sauce,
las jarras de refajo
con el Ártico adentro,
sofá, libros, alfombra y cognac,
lo veracruzano de los sábados
dando guerra con una guitarra,
el asado, la cerveza fría
y el mate de los domingos,
las risas interminables con amigos,
los abrazos, los planes,
las tertulias;
la sobremesa con vino y fernet,
la frescura del jardín
cuando solíamos poner la trampa
y caía la tarde
en esa línea divisoria
de un profundo naranja
y un grisáceo azul…
II
pienso aún más para atrás y me digo:
fue hermoso ser la niña
que yo era pensando
que me perseguía la luna llena
-aunque caminara volteando a verla
en ese cielo inverosímilmente limpio y estrellado-
y esperaba amarillas mariposas
de mañana
en el jardín de mi infancia,
de mayor ahora parece
que huye de mí una luna menguante
que tiene al lado un lunar de estrella…
fue hermoso ser la adolescente
sola en una ciudad bohemia
llena de música y poesía,
llena de cuentos y orquestas sinfónicas,
de blues y jazz,
de jardines botánicos,
demasiado café y vino tinto,
demasiadas bohemias
hasta amanecer
sin el estorboso pensamiento
de que algún día nos haremos viejos…
III
fue bello,
vivir y saltar como en un poema
dejando huellas y perfumes dulces
de lápices y flores,
mas hoy me veo en una juventud más honda
y rotunda; un penúltimo soplo tal vez
que no aprovecho del todo
por vivir en las nostalgias
de la mejor vida que he tenido,
soy como un museo: vivo en el pasado
me recuerdo en cada hombre que fue mío,
como si de historias clínicas se tratase,
hojeo, me detengo, doblo la esquina
de algún recuerdo importante
-algunos no querrán verme ni en pintura-,
en cambio en mi manera de amar
están todos;
como un latente recordatorio,
como el misterio de la corriente interminable
en un pedazo de agua…
IV
nunca probé mi tierra natal en nadie,
-mi cara en una lluvia
lo dice todo-
tal vez si algo parecido
fue conocer a un porteño cerca de mi terruño
-¿qué haría un bonaerense por acá?-
que me enseñó a amar como aman
los del sur, con ese fuego
de ciudad de la furia
en una noche fresca de Julio
cayendo inmensa sobre
casas de campaña en medio
de la selva espesa…
en todos esos cuerpos probé
y recorrí un montón de cordilleras,
llanos impracticables,
surqué el Pacífico,
me navegué el Báltico sin tocar agua,
anclé por un momento mi velero en el Caribe
donde perderse fue encontrar
playas azules y sobresaltos
en el corazón de alguien,
también probé del norte
la nieve más tibia en la piel más tersa
que jamás toqué,
la fusión de dos idiomas
que se encuentran
en el desespero de un lenguaje,
por un momento sentí
el olor de los cipreses
el frío en mi nariz
y el crujir de las hojas
de maple; fue vivir en sepia
andando en la dicha;
me quedé por un momento
en el centro de la tierra
sin saber si norte o sur;
me sumergí en la juventud
de alguno,
me vertí en agendas
me escribí en libretas
me pensaron en Manhattan
me olvidaron en un sur
me nombraron
en otras tantas partes,
donde mis manos
averiguaron en la geometría
de alguno
con esta respetable
licencia de ceguera y vértigo
con ese olor a mundo
del litoral que forma el pensamiento
de que en fin la nube se quita
y tarde o temprano
la lluvia se pone,
que toda cama vacía
se llena y viceversa
y entre tantos “tanto”;
tanto hotel, tanta casa,
tantas sábanas de seda
o de algodón, tanta alfombra,
cuánto sitio en la tierra
hay mi memoria,
cero o mil estrellas
lunas
claroscuros…
V
No está demás esta afrenta
no está demás ni la ofrenda de paz
frente a mi máquina doliente
de no llenar hoja en blanco,
ya no hay
ya no se hallan
ni letras rojas
ni palabras negras
ni equis de corregir
ni timbres de renglón
ni escribo tu nombre
ni te estreno en mis cuadernos
pero escribo sobre ti
para no olvidar de quién he sido,
te veo los ojos
-¿serán miel o de un clarísimo café?-
los cuento
como si fuese importante el dato
de que tienes dos,
también pienso en la tinta de mi bolígrafo
que guarda tanto pasado,
pasado espeso, gris,
duro, hermoso, donde se toca
apenas la felicidad, esa
desbordante sólo al abrir por azar
por ejemplo
una página donde escribí
que caminé algún abril
en una calle llena de flores color lila
de jacaranda
o que vi arcoíris
en carreteras llenas de robles
con flores naranja,
esos recuerdos que alteran
el cuerpo, la respiración
y la sangre;
mis pulmones seguramente
guardan un chiquero
de humos y alcohol
de ruidos de reuniones
unas enormemente vacías y otras
lo inversamente profundas,
da miedo ahora,
dan miedos,
miedos varios;
de mirarse la cara al espejo y sonreír,
con el mismo sinsentido
de pensar
en lo ilegal del breve mundo
al darme a luz sin permiso
y a treintaidós eneros,
de escuchar a lo lejos
las conversaciones últimas de madrugada,
en una mezcla de ruido de risas
y cristalería chocando,
con ese placer
de saciar el hambre dulce
ya sin cautela
sin mesura
aplazando lo amargo:
así estoy últimamente
en el mundo.